jueves, 1 de diciembre de 2011

Crítica cinematográfica: 127 Horas.


En éste filme estadounidense vemos a James Franco interpretar a Aaron Ralston Lee, un alpinista que en el 2003 tuvo un accidente trágico mientras se entregaba a la aventura en Utah, Estados Unidos, cuando en una gran grieta una roca cae junto con él, aplastando su brazo derecho, dejándolo atrapado por 127 horas.

Danny Boyle, director de la película, se basó en el libro que el mismo Aaron escribió luego de su accidente, he ahí el crudo realismo que logramos captar a lo largo de las imágenes, pues no es difícil ver el entorno desde la perspectiva del alpinista.

Gracias a las tomas desde distintos ángulos, y a pesar de lo reducido e incómodo del espacio (sin mencionar que es sólo un personaje), la película en ninguno de sus 94 minutos de duración se torna aburrida o monótona, sino al contrario, se vuelve bastante entretenido. A esto le sumamos la agilidad visual que se manifiesta al adentrarnos en la mente y sentimientos del protagonista, gracias a las tomas tipo ‘caseras’ y las simulaciones y efectos (como cuando Aaron toma agua y vemos las burbujas de aire, por ejemplo).

El ave que pasa a la misma hora y los 15 minutos de sol al día que el joven disfruta son sólo algunos detalles que le dan un equilibrio a la cruda película, pero en el momento en el que el alpinista empieza a perder la cordura entre recuerdos, deseos y desesperación, toma su navaja de bolsillo y decide cortarse el brazo, es cuando realmente se expone por completo el pico de la película, no sólo porque podemos ver la amputación sin gran censura, sino más bien por el lado romántico, un hombre desesperado, y más que nada, aferrado a la vida que no piensa dejarse morir en esa grieta en medio de la nada.

Aaron sale de la grieta, sin un brazo y sangrando, cuando después de correr desesperadamente encuentra algunas personas que le dan de su agua y llaman a un helicóptero, que por fin se lo lleva lejos de la que pudo haber sido su sepultura, es ahí donde Boyle nos muestra en la película su lado sensible, y nos ensordece con un final motivante y hasta estremecedor.

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